El silencio lo envuelve todo, he madrugado como cada día, hace frío pero voy  bien abrigado y no lo siento. Mi ojo se clava en el telescopio y oigo mi respiración tranquila, relajada, el paisaje que me rodea es hermoso, robles, escobas, urces,  jaras, zarzas, en frente… el pinar.

Alterno el telescopio con los prismáticos y aunque sé que los últimos no son suficientes, me sirven para situarme, ya que la extensión que intento controlar es grande. Vuelvo al telescopio que es lo que realmente me permitirá conseguir verlo, si se deja.

Comienza el espectáculo del amanecer, que por ser cotidiano no deja de sorprenderme cada vez que la luz lo va invadiendo todo, e ilumina cada hoja, cada rama del bosque, dándoles su color. No conozco amaneceres ni atardeceres más bellos que los de esta sierra.

Una manada de ciervos se muestra delante de mí. Aunque ya ha pasado la época de berrea, donde se vuelven menos asustadizos y sus hábitos se hacen más diurnos, aquí en “La Culebra” es fácil verlos durante todo el año. Siguen juntos machos y hembras,  y todavía se ve algún choque de cuernas sin muchas intenciones.

Desvío la atención de los ciervos y muevo mi telescopio, buscando mi objetivo, lo que he venido a buscar y de repente en una campa, a la derecha del pinar, por fin, ahí está… veo un Lobo. Va tranquilo, con ese andar majestuoso que le caracteriza y esa dignidad de ser lobo, de repente desaparece entre el brezo, pero en seguida  reaparece. ¡Un momento, le sigue uno más!. ¡Qué maravilla, son dos lobos!. Mi corazón se acelera, también mi respiración, mi cuerpo se pone en tensión, no puedo perderlos. Gracias a  mi telescopio, aunque la distancia es grande, distingo al macho alfa y la hembra, más pequeña. Llevo tanto tiempo siguiendo a esta manada que ya los conozco bien, o eso me gusta pensar. Los lobatos no les acompañan, aunque supongo que no estarán lejos.

En un momento él se para, se queda muy quieto  y ella se sienta a su lado. Continúan su marcha hacia el camino y parece que me miran.  De repente,  en el camino al borde del pinar el macho realiza el marcaje de su territorio, y se adentra en el bosque, la hembra mira a ambos lados, parece que quiere asegurarse de que nadie los ve y sigue al macho. Desaparecen de mi vista.

Me doy cuenta que han sido unos pocos minutos, pero este instante tan corto en el que he tenido el privilegio de ver al lobo siento que me transmite algo de su dignidad, de su nobleza, de su amor por la tierra, en definitiva de su esencia y entonces sé que estoy donde está la vida. Gracias amigo lobo.

Ver lobos es una experiencia única, vívela tu mismo y cuéntanos que has sentido.